Sarah Assbring es quien se encuentra detrás de este proyecto de nombre tan extraño. Y es que esta sueca (que vienen las suecas!) tenía una pequeña dificultad en el proceso compositivo que le impedía en cierta forma lograr que las melodías que invadían sus sueños se hicieran realidad, hasta que un buen día, sentada en alguna playa de las baleares oteando el continente africano, un chucho se le acercó y desde ese preciso momento su imagen se repitió en la mente de Sarah ayudándola a que fluyeran mejor esas melodías que guardaba en su corazón.
Después de esta historia tan tierna y tan pop, recalcar la sencillez pero atino de este tercer álbum de la sueca es poco. Suaves melodías ayudadas de una voz mecedora con alguna trompetilla ponen el punto a este disco de corta duración. El ingrediente perfecto para la soledad tranquila y alejada del mal del mundo y de las personas que te dan puñaladas, un disco redondo para quedarte dormidita en un tren con destino a Varsovia o amenizar un domingo noche.
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